En medio del desánimo general, en medio de la corriente pesimista y monotema y, aun antes, en medio de la vorágine constructiva anterior y de la devoradora ansia por construir más y más con el fin del enriquecimiento, cuanto más y más rápido mejor, por parte de los promotores habituales y con el fin de satisfacer un ego a veces mucho más grande que lo construido, por parte de los arquitectos, surgen oasis de esperanza, personas que trabajan en dirección completamente opuesta. Personas que intentan utilizar este medio, la arquitectura, para solucionar problemas, para mejorar la vida de las personas, con una visión que va mucho más allá de la arquitectura tal y como la entendemos habitualmente y aglutina en su estudio lo necesario para gestionar conjuntamente proyectos urbanos que intentan solucionar el problema de vivienda de algunas zonas de Sudamérica con recursos económicos escandalosamente bajos para nosotros.
Conceptos como que construir mejores barrios, viviendas y equipamiento urbano es indispensable para el desarrollo y para romper círculos viciosos de inequidad en las ciudades. Construir los proyectos bajo condiciones de mercado y políticas públicas standard buscando “hacer más con lo mismo” para conseguir un salto cualitativo relevante. Entender por calidad, proyectos cuyo diseño asegure la valorización de la inversión en el tiempo , para dejar de considerarse meramente “gasto social”. Ocupar la ciudad como un recurso ilimitado para construir equidad.
Con estas inquietudes y estos objetivos trabaja un estudio de arquitectura chileno que supongo conoceréis: ELEMENTAL, dirigido por Alejandro Aravena. Las inquietudes por el urbanismo y la vivienda social se plasman en proyectos llevados a buen puerto, la Quinta Monroy es un buen ejemplo de ello, y además han tenido ya el reconocimiento del mundo de la Arquitectura con premios como el Leon de Plata d la bienal de Venecia o la elección de Alejandro Aravena como jurado del premio Pritzker, lo cual abre un atisbo de esperanza, cuando ya pensaba que eso que hemos bautizado como “arquitectura espectáculo”, iba a acabar por envolverlo todo vaciando a la arquitectura de lo fundamental para convertirla en fuegos de artificio, en donde el alarde tecnológico prima sobre todo lo demás, sobre la búsqueda de espacios para ser habitados que mejoren nuestra vida y sobre la posibilidad de que estos espacios lleguen a cuanta más gente mejor, vivan donde vivan.
En resumen, hay esperanza. Esperemos que, poco a poco, este tipo de arquitectura se acabe imponiendo. Es la arquitectura que, creo, tiene sentido como tal y por la que deberíamos pelear entre todos. Sería una buena forma de dignificar esta profesión.